JUAN ACEVEDO REÚNE EN TAPA DURA TODAS LAS AVENTURAS DE UNO DE LOS PERSONAJES MÁS ENTRAÑABLES DE LA LITERATURA PERUANA.
SON MÁS DE TREINTA AÑOS DE HUMOR Y POLÍTICA
Por: Enrique Planas
Sábado 19 de Noviembre del 2011
En sus inicios, el humorista Juan Acevedo pensó dibujar la caricatura de un cuy, pero hoy reconoce que, sin querer, retrató al peruano promedio: bajito, panzón, caderón, piernicorto. Entonces tenía un punto por ojo; años después, el dibujante decidió hacerle ojos más altos y animarlos con un pequeño brillo. Siempre ha tenido cinco dedos en pies y manos, así como el sexo expuesto sin vergüenza para diferenciarse de los amputados personajes de Disney.
Su compañero, Humberto Perro, ha experimentado cambios más radicales. Comenzó siendo un hombre. Luego se convirtió en un alto perro chusco. Luego fue achatándose para entrar en la viñeta proporcionalmente al pequeño Cuy. Lleva el cabello desordenado, signo de la informalidad de todo intelectual de izquierda que se precie de tal.
Más de uno los ha comparado con don Quijote y Sancho Panza. Humberto es el luchador idealista. El Cuy, el peleador criollo, arrojado. “Pero el Cuy tiene de Quijote también”, advierte Juan, que ahora observa con orgullo la primera recopilación total de las aventuras de su famoso roedor, uno de los personajes más entrañables y militantes de la historieta peruana.
Con azarosas interrupciones, son tres décadas del cuy publicado en la prensa local. Con ello, se pinta además el retrato de más de una generación de partidarios de la izquierda peruana. Las certezas iniciales, las luchas populares, las disputas partidarias, la guerra de Sendero, el desencanto ideológico, la lenta construcción de nuevas utopías.
“Cuando leo las tiras de inicios de 1980, me doy cuenta de en qué terminos sostenía mi utopía –señala Juan–. Los términos políticos de entonces eran más simples. Mi utopía actual descansa en los mismos principios, pero la formulo de otra forma”.
“Siento que el Cuy me interpela desde esos años y que yo lo interpelo desde aquel tiempo. Creo que esto, de algún modo, nos pasa a todos con nuestros años pasados, pero el Cuy, al ser una tira diaria, me interpela diariamente (y viceversa). Mi tono actual no es el mismo. La revolución en la que creo tiene que ver con el camino de la conciencia, no con el de la boca del fusil, como se sostenía entonces”, explica el artista.
Esos cambios se grafican con la decisión del autor de no volver a publicar dos tiras en las que el Cuy presentaba a Mario Vargas Llosa como un aliado de su enemigo, la rata Videchet. “En este libro me autocensuré”, confiesa Juan. “Es una censura con carácter positivo. Decidí no publicar en esta recopilación dos tiras que hice sobre Vargas Llosa por una razón muy sencilla: pasado el tiempo, visto más serenamente, no encontré constancia de que el escritor se hubiera adherido a la dictadura de Pinochet como aparecía en el Cuy. ¿Por qué iba a difundir algo que no es justo? Decidí no ponerlo”, explica.
En la ficción del Cuy, la realidad no es retratada en su forma más coyuntural, como sería la función del caricaturista, sino buscando siempre cierta distancia crítica. En sus páginas, puede leerse el latido de la política inmediata, pero también se encuentran temas más profundos y de carga simbólica: la reflexión sobre toda una década de violencia y la afirmación de la vida como respuesta, los postulados del feminismo, el triunfo del amor. “Son los temas de mi generación –explica Juan–. En medio del ruido de la guerra, el Cuy y Humberto dicen sus verdades”.
El resultado, visto a la distancia, nos deja también un cuadro de melancólicos colores: una izquierda incapaz de mantenerse unida, siempre devorándose a sí misma, con líderes que disfrazaban de ideología sus ambiciones personales. “Los argumentos ideológicos eran muchas veces pretextos que escondían las luchas de liderazgo”, afirma Juan.
Asimismo, a pesar de ser una historieta de humor, la vida del Cuy y de Humberto registra momentos dramáticos: el primero tiene una hija que desaparece luego de ser captada por Sendero, mientras que su compañero sobrevive vendiendo libros usados. “No lo pensé tanto al momento de crearlo, pero pienso que todo eso expresa la tristeza que envuelve todo deceso. Gran parte de la izquierda, como existía entonces, ha muerto. Y más de un intelectual se ha deshecho de sus libros”, explica.
Lo dijo el propio Cuy a mediados de los años ochenta: “Algunas veces me gustaría que esta tira fuera evasiva, pero no se puede”. Testimonio claro de un país que se encontraba entre dos fuegos. Pero la vida continúa, y el Cuy no pierde la sonrisa.
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