viernes, 10 de diciembre de 2010

LA REPÚBLICA: LOS AÑOS DE BARBARIE

LOS AÑOS DE BARBARIE
(14/11/2010)


Primero hizo “Rupay, historias gráficas de la violencia en el Perú, 1980-1984”, junto a Luis Rosell y Alfredo Villar. Ahora, el historietista Jesús Cossio continúa solo esta aventura crítica contra la impunidad en “Barbarie. Cómics sobre la violencia política en el Perú, 1985-1990”, libro en el que revive, a lápiz y sobre papel, el horror causado por Sendero Luminoso y el Ejército Peruano durante el primer gobierno de Alan García.

Por Karen Espejo

Son trazos salidos del infierno, de una realidad difícil de olvidar. Sobre este papel nada es imaginario. Todo es memoria: cada muerte, cada violación, cada tortura. La tinta que delinea “Barbarie. Cómics sobre la violencia política en el Perú, 1985-1990”, de Jesús Cossio, corre como la sangre inocente que alguna vez desbordó los caminos del país, a causa de la crueldad de Sendero Luminoso, el MRTA y el propio Ejército Peruano.

Tan real como los gritos de la ayacuchana Dionisia Villaroel Villanueva, mientras era violada por un soldado en la base militar de Castropampa (Pucayacu). Tan real como el llanto de su esposo, Marino Suárez Huamaní, quien la observaba impotente desde un rincón de la habitación, con una soga atando sus manos y piernas. “A ver si tu mujer dice algo cuando la montemos”, habría dicho un militar antes de lanzarse sobre el cuerpo maltrecho de Dionisia, a fin de presionarlos para revelar más información.

Los esposos Suárez Villaroel, al igual que otros cinco pobladores de Huanta, fueron detenidos los primeros días de agosto de 1985, luego de que un supuesto terrorista diera sus nombres. Así, sin mayores pruebas, fueron torturados a golpes y descargas eléctricas, para que confesaran. El 7 de agosto, enfurecidos porque los detenidos negaban pertenecer a Sendero Luminoso, el equipo dirigido por el coronel David Lama Romero y el mayor Wilmer Campos Hermoza decidió eliminarlos con armas de corto alcance “para no hacer ruido”, según consta en el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Los detenidos fueron llevados con los ojos vendados a las afueras de la provincia. Según el suboficial José Gutiérrez Herrada, todos fueron asesinados de dos disparos en la cabeza y luego arrojados a una fosa común, previamente cavada por órdenes del teniente Enrique de la Cruz Salcedo.

Un mes después, moradores de Pucayacu desenterraron los cuerpos. A pesar de los testimonios que los acusaban, el Consejo Supremo Militar libró de toda responsabilidad a los militares, alegando que solo actuaron en cumplimiento de sus funciones. Después de 25 años, el crimen continúa en la impunidad.

La masacre de Accomarca

Mientras dibujaba los rostros de la muerte, el historietista Jesús Cossio no pudo evitar caer en un cuadro depresivo. “En los catorce meses de creación tuve desequilibrios emocionales. Mis problemas personales se mezclaron con los crudos testimonios de las víctimas. Terminé en un vórtice de dolor y empatía con esta gente que sufrió”. No es para menos. Más de una lágrima habrá caído en sus encuadres de la masacre de la Quebrada Huancayoc (Accomarca), donde un grupo de las Fuerzas Armadas asesinó a 62 ayacuchanos. Veintiséis de ellos eran niños que agonizaron en brazos de sus madres.

El 14 de agosto de 1985, el Ejército dispuso desarmar una “escuela popular” en la que SL adoctrinaba a comuneros y castigaba con muerte a los que se negaban. Los subversivos ya habían asesinado a las autoridades del pueblo, se habían confundido entre las masas y eran un enemigo invisible que empujó a las fuerzas del orden a atacar por igual a culpables e inocentes.

Los soldados bajaron a la quebrada en busca de propaganda y armamento terrorista, pero no encontraron nada. Aun así, arrastraron a las mujeres hacia las chacras para violarlas y después llevarlas, junto a sus niños, a la cocina de una vivienda. A los hombres los encerraron en otro ambiente de la misma casa. Y una vez dentro, el subteniente Telmo Hurtado Hurtado dispuso la matanza de todos, con ráfagas de balas, granadas y fuego.

Horas más tarde, Juliana Baldeón García (80), suegra del dueño de la choza donde se perpetró el aniquilamiento, intentó apagar las llamas, pero fue interceptada por los militares que la mataron a balazos. A la mañana siguiente, tras el retiro del comando antisubversivo, las familias de las víctimas descendieron de los cerros en los que se ocultaban para enterrar los cuerpos carbonizados de sus seres queridos, era imposible identificarlos. La guadaña de la muerte caería luego sobre los testigos que denunciaron la matanza.

Eran los primeros días del gobierno de Alan García. El flamante jefe del Estado no se cansaba de defender a las Fuerzas Armadas; años después, el Consejo Supremo de Justicia Militar, una vez más, absolvió a todos los involucrados. Solo se culpó a Hurtado de negligencia, por lo cual pagó una benévola pena de dos años de cárcel. Hace más de una semana se inició el juicio por esta matanza sin la presencia de Hurtado, quien actualmente está recluido en la Prisión Federal de Miami y sería extraditado al Perú en los próximos 30 días.

Senderos de odio

Con este desenlace, es imposible que las heridas de la memoria paren de sangrar. Cada trazo es más conmovedor que el otro, como si todo hubiera sido ayer, como si el aroma a muerte aún rondara en Aranhuay y Pacchas (Huanta), ambas comunidades campesinas devastadas por Sendero Luminoso. Aquí, los subversivos no solo mataron a quienes se opusieron a ellos o ayudaron a los militares, también dieron muerte a quienes se mostraron indiferentes ante su convocatoria.

El 20 de abril de 1988, un grupo de senderistas disfrazados de militares reunió a los pobladores de Aranhuay en su plaza principal. Los obligaron a hacer ejercicios físicos y golpearon salvajemente a los que se cansaban. Luego revelaron su filiación senderista, pusieron en fila a unos 29 comuneros y los mataron sin piedad con armas de fuego, por formar rondas de autodefensa o por no impedirlas. Hundieron una y otra vez los puñales sobre los cuerpos de los heridos.

Los pocos que sobrevivieron nunca pudieron borrar de sus mentes el recuerdo de esta barbarie. Eusebio Carvajal Casas fue uno de ellos. Tras haber sido torturado durante horas le dispararon en el rostro y lo apuñalaron por la espalda. Herido y sangrante, Eusebio logró escapar del infierno.

Vivir y morir en Paccha

La comunidad de Paccha ya se había acostumbrado al sonido de los silbatos rompiendo la tranquilidad de las madrugadas. Era la señal de que se avecinaba un “juicio popular”, macabro ritual en el cual los seguidores de Abimael castigaban con la muerte a los comuneros “traidores”, o a los campesinos “ricos” cuyo delito era poseer una mayor extensión de tierras que el resto. Pero lo ocurrido al amanecer del 11 de diciembre de 1989 no registraba precedentes. Unos 200 terroristas irrumpieron en las casas de 22 pobladores. Los ataron de manos y los arrojaron boca abajo en la plaza del pueblo. Allí los golpearon con las culatas de sus fusiles, caminaron sobre sus cuerpos y los acuchillaron de modo que murieran lentamente, con sufrimientos intensos.

Pese a las súplicas de mujeres y niños, los senderistas tomaron al presidente de la comunidad, Esteban Chumbes López, y le cortaron la lengua y el cuello. A Faustino Jayo López lo desnudaron y obligaron a tenderse sobre el suelo, para reventarle el cráneo con una piedra de batán; y a Julián Blas López lo colgaron de un árbol. Otros campesinos murieron bajo los mismos procedimientos.

Para no olvidar

En el cómic “Barbarie”, Cossio también registra sobre papel la matanza de los penales El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara, ocurridas el 18 y 19 de junio de 1986. Allí aparecen en sus últimas horas los 300 reos que fueron asesinados por las fuerzas del orden. Al igual que en los crímenes anteriores, por este caso los militares responsables fueron denunciados por negligencia o condenados por homicidio. Luego fueron beneficiados por la Ley de Amnistía. Esta impunidad castrense, según el historietista, lo impulsó a reflejar en su libro más casos de violencia perpetrada por militares, a pesar de que la CVR atribuye a Sendero Luminoso el 54% de las 70 mil muertes y desapariciones de los años de conflicto político.

“El reguero de muertes senderistas ya se conoce. En cambio, cada cierto tiempo sale un Cipriani, un Rafael Rey o un Alan García a negar los crímenes de las Fuerzas Armadas”, opina Cossio. Por cierto, su libro de cómics fue publicado exprofesamente antes de que termine el gobierno de García, en cuya primera gestión se registraron miles de violaciones a los derechos humanos. La crueldad y el sufrimiento impregnados en las páginas de “Barbarie” no son imaginación. Cada muerte, cada violación, cada tortura, son memoria. Una memoria de heridas vivas que no debe arrojarse al olvido.