lunes, 25 de octubre de 2010

LAS MOSCAS NO VUELAN DE NOCHE

Autores en la mesa de presentación
Presentación a cargo del caricaturista Javier Prado
Autores: Carlos Lavida y Cesar Santivañez
Javier Prado, Carlos Lavida y Pierre Castro


PROLOGO:
SILENCIO: OTRO NOMBRE PARA LA OSCURIDAD


Desde siempre he creído que el miedo es un fantasma inmanente a los grandes temas del arte. Todo afán creativo (constructivo) comporta, de cualquier modo, un intento por escapar de algo más: detrás de un poema de amor se esconde un secreto temor a la soledad, así como detrás de un retrato subyace cierta náusea por lo efímero de la naturaleza humana. Más aún, y ya encaminados hacia la más pura especulación, bien podría afirmarse que el arte mismo está cargado de un pánico intelectual hacia aquella tiranía estética que la obliga a ser eso mismo: arte. De ahí que la belleza, en su estado más puro, conserve siempre algún vestigio de tragedia, de muerte.

Por lo demás, ¿podría acaso alguien enumerar con rigor los motivos que impulsan al hombre a explorar las más profundas cavernas del alma? Ciertamente, y a pesar de los respetables intentos de la ciencia por descifrar el quehacer más íntimo de la psique, hay aún mucho de inexplicable en la eterna búsqueda del miedo. Afortunadamente. Y es que, el día en que se devela la anatomía del horror, tendremos vía libre para teorizar acerca del asombro. Y, cuando eso suceda, nos veremos irremediablemente perdidos, estancados en el centro de una absoluta Nada creativa.

Pero, ¿cuál es el lugar de la historieta en este universo tan atractivo y estimulante? Pues, considero que uno esencial. Y es que hoy en día, cuando el horror ofrecido al gran público suele valerse a menudo de recursos tan facilistas como el sobresalto o el estruendo visual, la narración gráfica se mantiene fiel a las atmósferas agobiantes, las premisas elaboradas y la complejidad dramática. Y aquí, una verdad (acaso discutible): en la historieta de horror contemporánea recae la gran responsabilidad de manterner viva la sutileza y poesía que, alguna vez, sirvieron de lineamiento a los primeros artífices del espanto.

Cabe aclarar que la presente obra no intenta agotar las posibilidades del género. Somos conscientes de que tal esfuerzo sería absurdo, independientemente del resultado, el cual, seguramente, terminaría por rozar los límites de la asfixia. “Las moscas no vuelan de noche” apela únicamente al juego de opuestos, para probar suerte en aquel otro juego, acaso más riesgoso, como es el de la respuesta estética.

En principio podría decirse que la protagonista de esta historia es la música. O, mejor dicho, la traducción gráfica de esta, es decir, la notación musical. Más de uno hará evidente incluso la ironía que supone concebir el sonido como espina dorsal de una historieta, medio que, por lo demás, no lo admite en ninguna de sus formas. Y no dejarán de tener razón. Pero sucede que – y volvemos aquí al tema del juego de opuestos – cada uno de los elementos gráficos y argumentales apunta realmente a representar la ausencia total de sonidos, partiendo de una sencilla premisa: la música no es sino la respuesta artística al pánico de vernos consumidos por el silencio último, vale decir, la muerte.

Es esta la paradoja que hace las veces de eje central de la historia. De aquí se desprende cada acontecimiento, cada dialogo.

Por otro lado, tampoco resulta gratuita la elección de la música clásica como marco de la atrocidad humana. Según se entienda, es esencialmente en este género en donde confluyen, en justa medida, pasión e intelecto, corazón y cerebro. Y son precisamente estas características las que mejor resumen tanto a los personajes de la obra, como a cada uno de los pequeños y progresivos duelos que estos sostienen, a lo largo de sus páginas.

Mencionados estos puntos, no cabe otro que desearles una buena lectura. Espero sinceramente que, tras cerrar el presente volumen, la música continúe sonando, y que no conozca fin. Al menos, no por ahora.
César Santiváñez
Lima, 2010